lunes, 26 de diciembre de 2011

La Navidad


Ya pasadas las fiestas, viene a cuento una pequeña reflexión que me viene dando vueltas por la cabeza desde el 25 en la mañana.

Para que pueda ser comprendido, es menester que diga que la Navidad para mí no es la gran fecha que parece ser para todo el mundo. A mí de veras ni me va ni me viene la bendita fecha, y si pudiera pasármela sin los avatares de la celebración o los regalos estaría muy bien.

Pero tengo hijos a quienes sí hace ilusión la Navidad, que todavía están en edad de creer en Papá Noel. Y en eso va aquello que no se me quita de la cabeza.

Sucede que Julito no quiso o no pudo estar despierto a la medianoche. Entonces abrió sus regalos la mañana siguiente, con la emoción propia de un niño, jugando con ellos a medida que iba teniéndolos a mano, mientras su mamá y Valentina, compartiendo su sorpresa, le urgían a que abriera el siguiente. Al final, Eve me pregunta qué me parecieron los regalos; yo dije que muy bonitos.

No hubo de parecerle mi respuesta lo bastante entusiasta y me dijo, ya en tono de reproche que "debería agradecer que tuvieran los chicos tantos regalos". Luego vino aquello de que está bien que no me gusten estas cosas, pero debería alegrarme y hasta me dijo que yo debía tener algún tema sin resolver en mi niñez. Plop.

¿Debería agradecer que tuvieran regalos mis hijos? Eve se encargó (igual que todos los años) que los numerosos regalos fueran justo los que los niños pidieron en sus inocentes cartas a Papá Noel. La felicidad que ellos sienten es indescriptible cuando los encuentran. Sin embargo, la acusación de que no comparto su alegría no tiene sentido; son niños, eso les hace felices y a mí, por supuesto, me alegra su felicidad.

¿Pero por tantos regalos debería agradecer? Al día siguiente Eve, conversando con mis padres, les dice lo huraño que soy en Navidad. Ni mi padre ni mi madre encuentran explicación para ello, si nunca le ha faltado nada-dicen-, si le comprábamos los jueguetes que quería, si él y sus hermanos tenían de todo. ¿Debería agradecer? Es cierto lo que ellos dicen, yo también he tenido todo, a mí también me ha traído Papá Noel lo que pedía, al menos mientras creía en ello; luego yo mismo acompañaba a mis padres a comprar los regalos; también me alegraba con ello y, sin embargo, no me gusta ni la Navidad ni aquella ceremonia de los regalos. ¿Por qué? Bueno, soy huraño, eso no va a cambiar, pero la pregunta sigue en pie y la respuesta está en otra parte; tal vez no me agrade la felicidad de los niños asociada al regalo. ¿Qué te parece Eve -pregunté hace dos semanas- si pasamos Navidad sin regalar nada? Reflexionando en ello, tal vez quiera eso para mis hijos desde que son pequeños: esperar Nochebuena por esperar, esperar las doce para celebrar.


Yo no recuerdo ninguno de los juguetes que siendo niño mi padre me compró por Navidad; no guardo en la memoria ni uno solo de los muchos que tuve. Pero sí me acuerdo -como si lo estuviera viendo- que cada Nochebuena, a las doce en punto, mi padre salía -y salíamos todos con él- a desear feliz navidad a los vecinos y les invitaba a cenar en nuestra casa, y así cenábamos todos los años, la familia y los vecinos, la cena que mi madre preparaba. Y eso es algo que yo agradezco:

Bien, mi viejo, hasta hoy yo creo de veras que esa es la Navidad.

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