sábado, 31 de diciembre de 2011

El año que se va

A pocas horas del año nuevo sería buena idea hacer un balance del que se acaba; que diré, a nivel profesional me ha ido bien, pero personalmente no tanto, de ahí que esta entrada sea tan parca: no tengo ganas.

En cuanto al blog, solo he posteado 43 veces, lo que es menos que el año pasado, supongo que reflejo de mi mala racha personal. Sin embargo, un año nuevo siempre trae buenas esperanzas y el que viene promete ser bueno: comienza en enero con una reunión de la promoción de colegio que pinta muy bien. Olguita me ha propuesto ir de mochileros a España en marzo, así que también me he embarcado en ese proyecto, solo que ahí no depende tanto de mí como de la embajada española, si tiene a bien otorgarme una visa, jeje. De todos modos, parece que empezaremos bien.

De modos que 2012, ahí vamos.

lunes, 26 de diciembre de 2011

La Navidad


Ya pasadas las fiestas, viene a cuento una pequeña reflexión que me viene dando vueltas por la cabeza desde el 25 en la mañana.

Para que pueda ser comprendido, es menester que diga que la Navidad para mí no es la gran fecha que parece ser para todo el mundo. A mí de veras ni me va ni me viene la bendita fecha, y si pudiera pasármela sin los avatares de la celebración o los regalos estaría muy bien.

Pero tengo hijos a quienes sí hace ilusión la Navidad, que todavía están en edad de creer en Papá Noel. Y en eso va aquello que no se me quita de la cabeza.

Sucede que Julito no quiso o no pudo estar despierto a la medianoche. Entonces abrió sus regalos la mañana siguiente, con la emoción propia de un niño, jugando con ellos a medida que iba teniéndolos a mano, mientras su mamá y Valentina, compartiendo su sorpresa, le urgían a que abriera el siguiente. Al final, Eve me pregunta qué me parecieron los regalos; yo dije que muy bonitos.

No hubo de parecerle mi respuesta lo bastante entusiasta y me dijo, ya en tono de reproche que "debería agradecer que tuvieran los chicos tantos regalos". Luego vino aquello de que está bien que no me gusten estas cosas, pero debería alegrarme y hasta me dijo que yo debía tener algún tema sin resolver en mi niñez. Plop.

¿Debería agradecer que tuvieran regalos mis hijos? Eve se encargó (igual que todos los años) que los numerosos regalos fueran justo los que los niños pidieron en sus inocentes cartas a Papá Noel. La felicidad que ellos sienten es indescriptible cuando los encuentran. Sin embargo, la acusación de que no comparto su alegría no tiene sentido; son niños, eso les hace felices y a mí, por supuesto, me alegra su felicidad.

¿Pero por tantos regalos debería agradecer? Al día siguiente Eve, conversando con mis padres, les dice lo huraño que soy en Navidad. Ni mi padre ni mi madre encuentran explicación para ello, si nunca le ha faltado nada-dicen-, si le comprábamos los jueguetes que quería, si él y sus hermanos tenían de todo. ¿Debería agradecer? Es cierto lo que ellos dicen, yo también he tenido todo, a mí también me ha traído Papá Noel lo que pedía, al menos mientras creía en ello; luego yo mismo acompañaba a mis padres a comprar los regalos; también me alegraba con ello y, sin embargo, no me gusta ni la Navidad ni aquella ceremonia de los regalos. ¿Por qué? Bueno, soy huraño, eso no va a cambiar, pero la pregunta sigue en pie y la respuesta está en otra parte; tal vez no me agrade la felicidad de los niños asociada al regalo. ¿Qué te parece Eve -pregunté hace dos semanas- si pasamos Navidad sin regalar nada? Reflexionando en ello, tal vez quiera eso para mis hijos desde que son pequeños: esperar Nochebuena por esperar, esperar las doce para celebrar.


Yo no recuerdo ninguno de los juguetes que siendo niño mi padre me compró por Navidad; no guardo en la memoria ni uno solo de los muchos que tuve. Pero sí me acuerdo -como si lo estuviera viendo- que cada Nochebuena, a las doce en punto, mi padre salía -y salíamos todos con él- a desear feliz navidad a los vecinos y les invitaba a cenar en nuestra casa, y así cenábamos todos los años, la familia y los vecinos, la cena que mi madre preparaba. Y eso es algo que yo agradezco:

Bien, mi viejo, hasta hoy yo creo de veras que esa es la Navidad.

sábado, 10 de diciembre de 2011

Lo que siembras, cosechas

El 10 de diciembre la versión electrónica de El Comercio informaba que un hombre ebrio fue atropellado en la Vía Expresa y nadie le ayudaba. Una ciudadana lo había denunciado. Dejemos de lado el hecho de que no debía estar allí, su borrachera nos exime de esa parte.
Foto de Karen Avilez, tomada de El Comercio.
El caso llama la atención porque lo usual sería observar muestras de solidaridad de parte de la gente, no indiferencia ante la tragedia ajena. Pero todo tiene una razón (o varias) y en este caso más todavía; imaginemos que vas conduciendo, ves al atropellado y te detuvieras a ayudar, ¿qué pasaría? Ciertamente te meterías en líos porque la Policía te considerará el autor del atropello. Y como el atropellado está borracho, lo más probable es que diga que, en efecto, fuiste tú. Y ahí te friegas porque entre manifestaciones policiales y fiscales perderás tu día, la paciencia y dinero (tendrás que pagar tu propio examen etílico y -¡ejem!- un abogado). Es decir, de estar circulando tranquilo por la ciudad te convertirás gratis en un sospechoso, un protocriminal, en objeto de investigaciones, interrogatorios, pedidos de propina de policías corruptos (o sea, casi todos). Ah, y tendrás que usar taxis por un tiempo, porque mientras te investigan tu auto estará retenido en la Comisaría.

Entonces, todos los que pasaron por allí y vieron al infeliz tirado allí deben haber pensado así:
  1. Seguro es una trampa para asaltarme. La inseguridad ha hecho que ser buen samaritano sea lo mismo que ser cojudo y no, pues, nadie está para que le roben el auto.
  2. Si de veras fuera atropellado, no quiero problemas con la Policía.
¿Se puede culpar a quienes no se detuvieron de indiferencia? Yo creo que no. Vistos los pros y contras, tiene mucho sentido que nadie se detuviera. Nuestro sistema es así, castiga al que ayuda, al que se involucra; mientras al otro, al autor anónimo del atropello, no le pasará nada porque nunca le encontrarán. Entonces, lo que hemos visto en este caso es lo que somos, es el resultado de nosotros mismos como sociedad, es lo que hemos sembrado. ¿Podemos hacer algo para cambiar esto?

viernes, 2 de diciembre de 2011

Lectura: El Arte de la duda


Me han prestado un libro muy bueno, escrito por un juez italiano llamado Gianrico Carofiglio, titulado “El arte de la duda”. Yo conozco una juez que debería leer este libro, pero no se lo voy a regalar por navidad.

El tema central del libro es el cross-examination, llamado en castellano contrainterrogatorio o contraexamen, es decir, el interrogatorio que se realiza a un acusado o testigo luego del interrogatorio principal realizado por la otra parte, con el fin de invalidar el testimonio o al menos atenuar sus efectos. (El libro denomina bajo el genérico nombre de testigo a los testigos propiamente, pero también a las víctimas, peritos, expertos, policías, etc.).

Sin embargo, siendo un libro de técnicas de interrogación, ha sido todo un éxito entre el público en general, lo que ha sorprendido al propio autor, quien había concebido la obra como un manual de uso profesional para abogados, fiscales y jueces. Esto ha motivado que sea reeditado con el sugestivo título que lleva y un lenguaje algo más accesible al público; sin embargo, el libro sigue siendo un manual jurídico que narra relatos verdaderos, historias reales tomadas de expedientes judiciales para ilustrar las técnicas de contrainterrogación: de ahí su éxito.

La lectura de "El arte de la duda" deja una gran lección, que es la siguiente: para interrogar, para contrainterrogar necesitamos prepararnos concienzudamente, documentarnos respecto a la persona que responderá, acopiar toda la información posible estar preparado para cualquier eventualidad porque sólo tenemos el breve tiempo del interrogatorio para inclinar la balanza a nuestro favor porque –y cito al autor-, “en la práctica del contrainterrogatorio como técnica, arte y disciplina, there’s no substitute for preparation”.

Algo que muchos jueces deberían saber.

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