viernes, 7 de mayo de 2010

A mi madre

Es algo complicado dedicar algo a una madre: las cursilerías me provocan infinita vergüenza y soy incapaz de decir esas frases tipo "feliz día mamá", o regalar esas tarjetas que aparentan elegancia o riqueza, pero acaban siendo ridículas. Pero ahí vamos.

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Debieron ser duros los primeros años de vida con mi padre. Arribaron a Pucallpa debido a la convalecencia de mi abuelo. Él, abogado recién titulado, desconocido en una ciudad extraña, con mujer, dos hijos, y padre desahuciado, seguro que debía multiplicar las horas en la oficina. Y mi madre también multiplicaría lo poco que había disponible. Ellos no hablan mucho de esa época. Tan dura debió ser, yo entiendo.

Pero una vez, de esa época, mi madre sí nos contó que diariamente iba a la casa de mi abuela a pasar el día: "A las seis, cuando ya tardaba, cargaba a Pepe que era chiquito todavía y regresaba a la casa de (jirón) Carlos López caminando. Julio caminaba a mi lado, tenía dos añitos. Ay, a veces le ganaba el sueño y yo sentía que se arrimaba a mi pierna mientras andaba, pero yo no podía cargarlos a los dos; para que no le venza el sueño le hablaba, le cantaba, le hacía contar las puertas que faltaban para llegar a la casa".

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Mi madre siempre fue aficionada a los crucigramas; aun hoy compra el periódico a diario para pasar el tiempo con las palabras cruzadas. En mis primeros recuerdos está la imagen de mi madre rellenando el crucigrama de Ojo, con los dos tomos del Grijalbo al costado, y yo ayudándola. "Río de Alemania Occidental, tres letras, acaba en N", decía mi madre, y yo recurría al mapa del Grijalbo, buscando entre las letras diminutas un nombre que cumpliera las condiciones, mientras ella seguía con otras casillas. "¡Inn, mami, Inn!". Y pasaba frecuentemente que un artículo interesante del diccionario llevaba a mi mamá a buscar otro relacionado, y de ahí a otro, "perdiéndose" en el Grijalbo y leyéndolo toda la tarde.

Mirando y ayudando primero, opinando luego y por último corriendo donde mi padre a la hora que llegaba con los periódicos para ganarle el crucigrama a mamá, yo también acabé por aficionarme a ese pasatiempo. Y cogiendo el Grijalbo desde que aprendí a leer, también aprendí a "perderme" en él, concatenando artículos, adquiriendo como jugando el hábito de la lectura, el amor por los libros, olvidándome a veces de lo que originalmente estaba buscando hasta que mi mamá me decía "¿ya?".

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Cuando la tía Yoli estaba convaleciente hace un año y requirió donantes de sangre, Daveiva recurrió a mí, y yo accedí, venciendo mi temor a la aguja. En el Hospital me pincharon y sangraron; como agradecimiento, Daveiva me invitó a desayunar. Pedí una hamburguesa y un vaso de jugo. Quien sabe por qué se me bajó la presión en el restaurante, sudé frío y cuando intenté ponerme de pie perdí el sentido. Los gritos de mi prima consiguieron que algunos transeúntes la ayudaran a sentarme en una silla hasta que recuperara la consciencia. Cuando ello ocurrió ya llegaba mi madre en un taxi, con un kilo de carne en las manos: la llamada la cogió en el mercado.

Yo insistía en que ya estaba bien, aunque no lo estaba, pero me sentía abochornado por la incómoda situación de la que era protagonista. Mi madre me abrazó para llevarme a un taxi, como si pudiera sostenerme todavía, y en la ruta a casa no dejó de acariciarme. Me ayudó a subir las escaleras y me recostó en la cama, me preparó sopa y me dejó dormir. Y pensando, pensando, caigo en que la última vez que me acarició fue esa justamente, con caricias que me reconfortaron y la reconfortaron también a ella, porque no era nada serio, pero vaya susto que pegó (¿en qué términos Daveiva le habrá dicho que me desmayé, sabiendo lo histérica que es?).

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Hoy, que paso enfrente de tantas puertas antes de llegar a casa, que ya no hago crucigramas ni he vuelto a alarmar a nadie por mi salud, no pienso en todas las cosas, grandes y pequeñas, que mi madre ha hecho por mí. Y aun así, cuando debería tener una lista enorme de agradecimientos, sigue siendo difícil escribir algo para ella. ¿Qué le puedo decir que no haya sido dicho ya? ¿qué puedo hacer? No sé. A lo mejor llegue un día en que ella necesite de mis cuidados y sea, de ese modo, un poco mi hija. Y entonces, mamá, me tocará guiarte, quizá enseñarte nuevamente el crucigrama, reconfortarte.

Mientras tanto, mejor no te digo nada, mejor no te escribo nada. Mejor sólo te beso las mejillas, mejor sólo te abrazo en silencio. Mejor te cargo como siempre, ¿ya mami?

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