viernes, 13 de enero de 2017

Sistemas que no funcionan...

Foto: aquí

El otro día, conversando con mi cuñado Pachurro, me contaba algo que me dejó pensando. Pachurro, igual que su hermano, vive en Florida, EEUU. El asunto iba así: a su hermano le pusieron una multa de tránsito, cualquier cosa, algo tan poco grave que lo olvidó. Pasó el mes que tenía de plazo para pagar y el día en que se acordó intentó remediarlo. Fue a la estación de policía a excusarse y ahí le dijeron que no había problema, pase por aquí, señor. Él fue a donde le dijeron y se dio cuenta de la situación cuando le pidieron que deje sus objetos personales en una cesta y se ponga el mono anaranjado que usan los reos allá. Quedó preso sin más trámitea la espera de su audiencia con un juez.

Como era se esperar, el juez le condenó. El hermano de Pachurro cumplió su sentencia tal como le dijeron, pagó sin chistar lo que debía pagar, y tengo para mí que jamás volverá a olvidar otra multa de tránsito, o de lo que sea. Es decir, el sistema funciona.

Por esos días, antes de Navidad, Hache, colega de escuela, embistió con su auto a un anciano y lo mandó al hospital. Hache estaba ebrio como una cuba, nada raro porque el hombre tiene un currículo nutrido en cuestiones etílicas, y además el viejo no era su primer atropellado. Le detuvieron un día y listo. Hubo proceso -como manda la ley-, pericia aquí, declaración allá y patatín, patatán.

La cosa es que el lunes siguiente Hache estuvo conduciendo su auto nuevamente. Ignoro cómo discurre el proceso, seguro va como dice la ley, y si es así cómo vamos a mandar a la cárcel a alguien por arrollar ebrio a un viejo, si no lo mató.

El problema es el mensaje que el sistema de justicia envía a la ciudadanía. Para la ciudadanía, Hache la sacó barata porque está libre. Y ahí lo ves, conduciendo su auto como si nada. Nadie le anula la licencia, nadie le embarga el automóvil, nadie le importuna con papeleos. El proceso avanzará, seguro pagará alguna reparación civil en cómodas cuotas, y listo, limpio de polvo y paja. Qué lindo es mi Perú.

¿Y el atropellado? Pues ahí está, y como no se murió, no es grave la cosa. Ya sanará, los moretones desaparecen, los huesos se sueldan solos, los raspones no dejan cicatriz.

El mensaje alto y claro es que el sistema no funciona, no nos protege. El mensaje es que si no matas a nadie, pasas por agua tibia. En otro lares no pagar una simple multa de tránsito supone que vayas preso hasta que te sentencie un juez. Y ni siquiera es un juicio con fiscal y abogado: estás solito delante del juez para que te declares inocente o culpable. El hermano de Pachurro se declaró culpable sin mucho trámite y sin dudar. Porque, en primer lugar, ¿qué iba a alegar, si la infracción de tránsito existe y el recibo está vencido? En segundo lugar, declararse inocente supone ir a juicio, donde -ahora sí- un Fiscal te acusará y necesitarás que te defienda un abogado, y eso cuesta. Al final del juicio igual te condenarán porque la falta existe y el recibo sigue vencido y, encima, la pena será más grave, por hacer perder tiempo al sistema de justicia sabiendo que eres culpable. Eso aparte de que la multa te dejará arruinado. No way, como dicen los gringos.

En cambio acá no es así. Nuestro sistema penal, plagado de procedimientos, requisitos y derechos para los malos, es ineficiente para sancionar casos pequeños como accidentes de tránsito leves e inexistente para cuestiones como las multas administrativas sin pagar: no hay ninguna sanción penal. Ni a INFOCORP te mandan. El sistema sencillamente no funciona.

- Oye, cuñado, ¿y qué pasa si allá atropellas borracho a alguien? 
- Te quitan el carro, te anulan la licencia para siempre... ¡y vas preso, pues!

Puro sentido común.

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