Estaba yo escribiendo esta entrada cuando llegó la magnífica noticia del Nobel para Mario Vargas Llosa. ¿Qué elogio puedo hacer de él que no haya sido hecho ya a estas alturas? Creo que el mejor es leerlo, y como no he querido dejar pasar la fecha tan especial, deseo que sirva esta entrada -cuya continuación escribiré luego- como un pequeño homenaje a mi admirado Vargas Llosa.
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Hace un par de semanas ha terminado la magnífica novela de Vargas Llosa, acaso su mejor novela (para mí, no hay dudas: es), Conversación en La Catedral. El autor hace una demostración magistral de las técnicas narrativas más modernas, y utiliza alternadamente varias de ellas, haciendo del libro una lectura difícil para el lector promedio (lo que quiere decir que para el peruano común, es chino).
La clásica pregunta que hay nada más comenzar el libro se ha convertido en parte del imaginario colectivo del país, casi en un dicho popular. Sin embargo, y aunque se lo pregunta, a Zavalita no le atormenta en qué momento se había jodido el Perú, sino él:
"Las manos en los bolsillos, cabizbajo, va escoltado por transeúntes que avanzan, también, hacia la Plaza San Martín. Él era como el Perú, Zavalita, se había jodido en algún momento. Piensa: ¿en cuál? (...). El Perú jodido, piensa, Carlitos jodido, todos jodidos. Piensa: no hay solución."
La historia se desarrolla en tiempos de Odría, aunque comienza cuando ya el régimen del ochenio ha caído, Santiago Zavala, o Zavalita o el flaco, se topa casualmente con Ambrosio, y revive a través de una conversación omnipresente a lo largo del libro sus vivencias desde la adolescencia hasta ahora, sus casi cuarenta, a donde llega siendo un periodista mediocre, dueño de un puestito de mala muerte: jodido.
El libro está dividido en cuatro grandes partes. En la primera, el autor nos lleva a los días de Zavalita como editorialista de La Crónica, diarios sensacionalista donde trabaja, pero también a los días de adolescente de Santiago, hijo de una familia acomodada que además hace buen dinero contratando con el gobierno de Odría, y que decide ir a San Marcos en lugar de la Católica, donde se incorporará a Cahuide, brazo estudiantil del Partido Comunista clandestino. También nos lleva a Ica, para conocer la historia de Cayo Mierda, el temible director de gobierno interior y luego ministro de seguridad del régimen.
Vargas Llosa lleva la narración de esta primera a través de diálogos principalmente, los que intercala de manera entreverada y utilizando distintos tiempos, pero el hilo de la historia no se pierde a lo largo de los extensos 10 capítulo que contiene. La atmósfera es fatalista, deprimente ("te salvaste de la perrera, Batuquito, pero a ti nadie vendrá a sacarte de nunca de la perrera, Zavalita") con el mismo sentido trágico que se percibe en la fatal pregunta: ¿en qué momento se había jodido? Y Zavalita, al rememorar lo acontecido, ensaya respuestas:
"Cuadra diez de la Arequipa, diciembre, siete de la noche -dice Santiago-. Ya sé Ambrosio, ahí"; "¿O había sido cuando, un día o semana o mes después de ver a Aída y Jacobo por la Colmena de la mano supieron que Washington era, efectivamente, el ansiado contacto?"
Esta primera parte, la más extensa del libro, también recoge un extraño diálogo entre don Fermín y Ambrosio, que no se entiende sino hasta la parte tercera, cuando al fin podemos ubicarla en el tiempo, y es capital para el desarrollo de los acontecimientos, y en ella vemos el nombramiento de Cayo Mierda como director de gobierno, su terrible eficiencia y termina con la fuga de Santiago de su casa, al no poder conciliar su vida acomodada con sus ideas comunistas y haber propiciado, sin saberlo, la captura de todo su grupo.
(Continuará)
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