La congresista Uribe. Foto, diario Ojo |
Cada vez que da más claro que ciertos congresistas usan sus cargos para montar sus negocios, para su propio patrocinio y para 'asegurar' su beneficio económico en el corto periodo de cinco años. Porque estos caraduras por lo general no consiguen ser reelegidos (aunque todos lo intentan).
El último caso es el de Cenaida Uribe: resulta que hay una empresa de publicidad llamada Punto Visual, propiedad de un tal Alberto Luis de Azambuja Pasara; resulta que uno de los paneles de Punto Visual está ubicado en el colegio Melitón Carbajal, por el que paga una suma por arriendo; resulta que el director del colegio no iba renovar el contrato con Punto Visual porque tenía la oferta de otra empresa, que paga más, con el consiguiente interés para el colegio y los niños que estudian ahí. Resulta que el de Azambuja es novio, enamorado, conjunto -o como le quieran llamar- de la congresista Uribe. Y ante la situación dicha, ¿qué hace? ¿sube la oferta? Qué va, recurre a la novia y ésta muy solícita con el novio, va al colegio usando su cargo de congresista "a gestionar" el asunto de la publicidad a favor, cómo no, de su novio.
Eso es tráfico de influencias. Eso es corrupción.
Y es un caso de corrupción burdo. De veras que hasta es para reírse de la tristeza, porque es la enésima congresista que se aprovecha directamente de su cargo para fines propios. ¿No aprendemos? Es un problema de partidos políticos, o mejor dicho, de falta de. Acá los candidatos se eligen en función de cuánto aportan a la bolsa del líder, y nada más. Por eso en las listas van galifardos, golfos, crápulas y majaderos de toda especie. Hasta que la cuestión de los partidos siga pendiente, seguirán las uribes intercediendo por cosas de poca monta.
Porque estos congresistas como Uribe son así, se dejan descubrir por cuestiones menores. La corrupción a lo grande les queda..., grande.
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