Ayer quise saber a qué hora sale un vuelo a Pucallpa, así que hice lo que todo buen ciudadano hace: llamé al aeropuerto. Me contestó una grabadora que me daba indicaciones, las seguí, me dijo que no hay vuelos, lo cual es imposible porque a diario al menos tres aviones van a Pucallpa, y acto seguido, me cortó. Llamé de nuevo y lo mismo. No había opción de hablar con una persona de verdad. Entonces llamé a Lan; me contestó otra grabadora, más sofisticada que la anterior y me dijo:
- Le ayudaré a encontrar el vuelo que busca. Por favor, diga la ciudad de salida.
- “Lima”.
- Ahora diga la ciudad de destino.
- “Pucallpa”.
- No le oí bien, diga la ciudad de destino.
- “PU-CALL-PA”
- ¡El Dorado!- y me colgó.
A mí me saca de quicio llamar a algún lugar y que me conteste una máquina. Aunque entiendo que para las empresas es más fácil programan un contestador automático que capacitar a diez empleados, pagarles un sueldo y todo lo que ello conlleva, tampoco se puede ignorar que vivimos en Perú, donde el respeto a la gente importa muy poco. Entonces, lo que a tales empresas les funciona muy bien en sus países de origen, acá no, porque a nadie le importa un rábano revisar que las grabadoras funcionen bien.
Entonces resulta que tenemos contestadores automáticos como el primer mundo, pero a la peruana; es decir, no funcionan o no dan la información que uno necesita, le endilgan a uno publicidad que no pide y al final cortan la llamada. Y como no hay posibilidad de hablar con nadie, queda uno con la sensación de que se han tirado un pedo en tu cara impunemente. El Perú avanza.
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