Recordarán ustedes un caso muy sonado el mes pasado: una dama denunció falsamente a su novio –taxista él-, de haberla violado a bordo de su auto. Como la dama en cuestión es hijita de un policía retirado, la denuncia se tramitó más rápido que pronto. Pero cuando la dama vio que la cosa era grave se arrepintió y confesó el tinglado: todo era un invento suyo para vengarse del taxista, su novio por pretender dejarla.
El tiro es que a la juez del caso no le pareció suficiente y lo mandó a enfriar sus huesos en la cárcel.
A mí se me antojan preguntas de sentido común, ¿si no la violaron, qué dice entonces el certificado del médico legista? Ah, dice que la dama tiene “himen complaciente”. ¿Y la juez no notó lo endeble de tal certificado?, ¿interrogó a la agraviada, al acusado, o lo hizo el secretario? ¿No habrá ocurrido que por “ser” violador el acusado fue a la cárcel sin que le prestaran atención?
Ahora preguntas de derecho: ¿Sabe juez que, según los certificados del Instituto de Medicina Legal (IML), el Perú tiene la tasa de himen complaciente más alta del mundo? (En los certificados del IML, tal himen tiene la exquisita ventaja de servir tanto como para “probar” una violación (este caso), como para “probar que no hubo” violación, que es lo más común). Otra pregunta, ¿este caso permite deducir si la juez en cuestión conoce la teoría de la prueba o no? Y si permite, dime tú, lector, ¿la juez conoce o no conoce? Por lo pronto, baste saber que nada de esto importó y el pobre taxista dio con sus huesos en la cárcel.
Hasta ahí, nada del otro mundo, jueces así abundan en el Perú. Sin embargo, este caso es curioso: hoy me he enterado que la juez en cuestión es nada menos que la doctora Maryori Carrizales Porras. Doctora sin doctorado, esta novísima juez penal asumió su cargo recién el 7 de enero. Antes se desempeñó como Secretaria de Mesa de Partes de las Salas Anticorrupción, y no tenía ninguna experiencia previa en la judicatura. No está en la lista de jueces supernumerarios, nunca postuló a Juez ante el Consejo Nacional de la Magistratura, nunca fue juez de paz y de repente, ¡juash!, juez penal. Nada menos.
¿Y cómo llegó a juez? Yo no sé, de veras. Si supiera lo diría. Pero tengo una teoría: La teoría del pajarito, según la cual un pajarito fue el que llevó su nombre hasta la presidencia de la Corte de Lima. Nada más se me ocurre. Lo que sí sé de cierto es que, un día antes de su nombramiento, la secretaria Carrizales se vio en el apuro de no tener su currículo a mano, porque alguien se lo pidió de forma urgente.
- Pero no tengo ni uno acá, tengo en mi casa.
- Oye, yo tengo el mío en mi USB –dijo una compañera muy solícita -. Chanca ahí nomás.
- Ah, ya pues, ábrelo.
Y pasando del dicho al hecho, en tres minutos nuestra secretaria tuvo listo un currículo apócrifo.
Ahora preguntas de derecho: ¿Sabe juez que, según los certificados del Instituto de Medicina Legal (IML), el Perú tiene la tasa de himen complaciente más alta del mundo? (En los certificados del IML, tal himen tiene la exquisita ventaja de servir tanto como para “probar” una violación (este caso), como para “probar que no hubo” violación, que es lo más común). Otra pregunta, ¿este caso permite deducir si la juez en cuestión conoce la teoría de la prueba o no? Y si permite, dime tú, lector, ¿la juez conoce o no conoce? Por lo pronto, baste saber que nada de esto importó y el pobre taxista dio con sus huesos en la cárcel.
Hasta ahí, nada del otro mundo, jueces así abundan en el Perú. Sin embargo, este caso es curioso: hoy me he enterado que la juez en cuestión es nada menos que la doctora Maryori Carrizales Porras. Doctora sin doctorado, esta novísima juez penal asumió su cargo recién el 7 de enero. Antes se desempeñó como Secretaria de Mesa de Partes de las Salas Anticorrupción, y no tenía ninguna experiencia previa en la judicatura. No está en la lista de jueces supernumerarios, nunca postuló a Juez ante el Consejo Nacional de la Magistratura, nunca fue juez de paz y de repente, ¡juash!, juez penal. Nada menos.
¿Y cómo llegó a juez? Yo no sé, de veras. Si supiera lo diría. Pero tengo una teoría: La teoría del pajarito, según la cual un pajarito fue el que llevó su nombre hasta la presidencia de la Corte de Lima. Nada más se me ocurre. Lo que sí sé de cierto es que, un día antes de su nombramiento, la secretaria Carrizales se vio en el apuro de no tener su currículo a mano, porque alguien se lo pidió de forma urgente.
- Pero no tengo ni uno acá, tengo en mi casa.
- Oye, yo tengo el mío en mi USB –dijo una compañera muy solícita -. Chanca ahí nomás.
- Ah, ya pues, ábrelo.
Y pasando del dicho al hecho, en tres minutos nuestra secretaria tuvo listo un currículo apócrifo.
Al día siguiente salió su nombramiento de Juez en el diario oficial, basado seguramente en el impresionante registro académico reflejado en un currículo falso que nadie revisó. Su esposo le mandó flores felicitándola por su gran logro profesional, pero yo creo que las flores debían ser para el pajarito que llevó su nombre desde esta sede hasta la presidencia de la corte, ¿no?
Desde ese día yo, por si acaso, también cargo mi currículo, jeje, no vaya a ser que un pajarito pida el mío también y me cojan desprevenido.
En cuanto al taxista, ya debe estar libre, aunque pasó al menos un par de días de injusta prisión, hasta que el escándalo que armó la prensa hizo actuar a la judicatura de modo exactamente contrario a como actuó cuando no la apuntaban las cámaras; quién sabe si al taxista le cupo la suerte que toca a los violadores en la cárcel, conocida en el bajo mundo del lumpen como la “ley del burro”. A la falsa acusadora la procesarán. Pero a la Juez, ¿la sancionarán? ¿El presidente de la Corte de Lima no debería responder porqué se saltó la lista de jueces supernumerarios para colocar de juez a alguien que no hizo nada por estar allí? Y al taxista, ¿alguien le he ofrecido disculpas, Le van a indemnizar?
¿Qué me olvido, qué me olvido? Ah, el pajarito… ¿quién habrá sido? Me temo que esta pregunta no tendrán respuesta.
Como corolario, la dama denunciante fue hallada en un prostíbulo clandestino, en un allanamiento que nada tenía que ver con este caso. Dizque estaba “hospedada” allí –cómo estará ese himen complaciente-. Ojalá le hayan avisado a la juez, no le vayan a decir que estuvo en un convento rezando por la honra perdida.
En fin, mientras ustedes cavilan en cómo el pajarito hizo para que Carrizales llegara a juez y comprobar mi teoría (porque no me sé otra, de veras, si yo pudiera demostrar quién las recomendó lo diría, pero no sé) yo pienso en el lema de la administración pública, ese que dice “mata al mensajero”, y mejor me callo, porque si me aparto de la teoría del pajarito, la misma llamada -perdón, el mismo pajarito- que la colocó a ella, me puede expectorar a mí.
¿Entonces, qué hacemos?
Desde ese día yo, por si acaso, también cargo mi currículo, jeje, no vaya a ser que un pajarito pida el mío también y me cojan desprevenido.
En cuanto al taxista, ya debe estar libre, aunque pasó al menos un par de días de injusta prisión, hasta que el escándalo que armó la prensa hizo actuar a la judicatura de modo exactamente contrario a como actuó cuando no la apuntaban las cámaras; quién sabe si al taxista le cupo la suerte que toca a los violadores en la cárcel, conocida en el bajo mundo del lumpen como la “ley del burro”. A la falsa acusadora la procesarán. Pero a la Juez, ¿la sancionarán? ¿El presidente de la Corte de Lima no debería responder porqué se saltó la lista de jueces supernumerarios para colocar de juez a alguien que no hizo nada por estar allí? Y al taxista, ¿alguien le he ofrecido disculpas, Le van a indemnizar?
¿Qué me olvido, qué me olvido? Ah, el pajarito… ¿quién habrá sido? Me temo que esta pregunta no tendrán respuesta.
Como corolario, la dama denunciante fue hallada en un prostíbulo clandestino, en un allanamiento que nada tenía que ver con este caso. Dizque estaba “hospedada” allí –cómo estará ese himen complaciente-. Ojalá le hayan avisado a la juez, no le vayan a decir que estuvo en un convento rezando por la honra perdida.
En fin, mientras ustedes cavilan en cómo el pajarito hizo para que Carrizales llegara a juez y comprobar mi teoría (porque no me sé otra, de veras, si yo pudiera demostrar quién las recomendó lo diría, pero no sé) yo pienso en el lema de la administración pública, ese que dice “mata al mensajero”, y mejor me callo, porque si me aparto de la teoría del pajarito, la misma llamada -perdón, el mismo pajarito- que la colocó a ella, me puede expectorar a mí.
¿Entonces, qué hacemos?
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