Quien ha leído al gran Julio Ramón Ribeyro, sabe que sus personajes son seres anónimos, marginales, siempre carentes de algo, siempre en pos de algo que saben que no alcanzarán. Y el propio autor dijo alguna vez que sus personajes en realidad son una parte de él mismo. Ribeyro, como se sabe, era retraído y tímido, al punto de negar valor a su propia obra, de no promocionarla, aun sabiéndola muy buena, de esconderse. Ello le ha valido ser casi un desconocido en medio del boom de la literatura.
¿Y por qué hablo de Ribeyro? Pues porque ahora me identifico con sus personajes, porque como nunca antes, me veo frente a algo importante, a algo que puede marcar el antes y después de mi carrera de abogado. Estoy en posición de demostrar si soy bueno o no, si soy un abogado entero o nomás paso piola.
La diferencia, claro, es que yo no me chupo. La oportunidad no se me va a pasar. No como otras veces, en las que, estando ad portas de algo importante no he hecho nada, me he quedado quietecito, teniendo la certeza de que la oportunidad se me estaba escapando, teniéndola no he dado el paso final. Y se me fueron muchos trenes. Esta vez no. Ahora es diferente. Ahora no es sólo por mí. Ahora no me quedaré quieto. Lo prometo.
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