A estas alturas ya no hay mucho más que decir acerca de la tragedia de Haití. La naturaleza parece ensañarse con la nación más pobre del hemisferio y a los huracanes devastadores del año pasado, hay que sumar el terremoto de más devastador de su historia.
Aunque pensando bien, sí hay algo que decir. Apenas se supo del terremoto, la mayoría de potencias enviaron ayuda: socorristas, alimentos, medicinas y agua. Incluso Perú envió un avión con ayuda, olvidando un momento que hubiese sido mejor que ese avión vuele a Pisco, donde andan en las mismas hace dos años. Pero Estados Unidos envió un portaaviones, el Carl Vinson, que patrulla aguas del Caribe. ¿Para qué enviaría semejante buque que lleva unos ochenta aviones de guerra y armas nucleares a bordo? Pues para quedarse allí. Ese sólo fue el principio. Desde el continente llegan cada día más soldados en barcos, helicópteros y aviones. En estos días vemos a las tropas norteamericanas tomar aeropuertos, puertos, hospitales y edificios -es decir, sus ruinas- públicos para tener la voz cantante sobre lo que pase en Haití.
No cabe duda, somos el patio trasero.
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