Ayer cogí un taxi. En realidad, todos los días tengo que utilizar taxis, y tengo predilección por los autos nuevos, que ahora abundan merced al crédito y al gas, pues si pagaré por transporte, que sea en auto nuevo. Decía que ayer cogí un taxi, y éste tenía una pantalla que ocupaba toda parte posterior del apoyacabezas del copiloto y que mostraba a todo volumen tiras comerciales. Me pareció simpático, hasta que comprobé que la pantalla de marras no se puede apagar, apenas bajar el volumen que revienta los tímpanos.
- No, pe. Ese es el chiste-, dice el taxista.
Imposibilitado de aprovechar el taxi para leer un poco o para usar el iPod por el ruido, me vi sometido a la repetición interminable de seis comerciales, en las que se me ofrecían hasta toallas higiénicas, y pensaba que, haciendo un símil con una computadora, hay que diferenciar en nuestro compartamiento el hardware y software.
Mejoramos el hardware, hay infraestructura nueva, vehículos nuevos, la tecnología tiene alta penetración -al menos en Lima-, los teléfonos touch screen marcan la moda, pero seguimos sin mejorar el software, lo de adentro, lo que de veras tiene valor. Así, la gente sigue haciendo pichi en los parques, sigues siendo víctima de cada animal al volante, o te endilgan publicidad que no has pedido ni quieres y contra la que no puedes hacer nada más que rogar pronta llegada a tu destino. Y así, mejorando la cáscara mientras la pulpa es la misma, no mejoramos.
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