Hace ya varios años, mientras recorría los puesto de los libreros de la calle Amazonas, me di con un pequeño libro de John Steinbeck, "La perla". Su lectura resultó un descubrimiento fascinante (un día escribiré un post sobre esa novela). Animado por ello, me di a buscar sus mejores novelas, como "Tortilla flat" o "The grapes of wrath", sin ningún éxito; en cambio, me di con otra novela corta, "La luna se ha puesto". Aquí mis impresiones:
Trata la novela de la invasión de un pequeño pueblo por parte de una potencia. A poco se sabe que todo el país fue invadido y que no hay posibilidad de resistencia. Los invasores, una vez instalados dieron inicio a su propósito: comenzaron la extracción de carbón para enviarlo a su país.
Entonces da comienzo a una resistencia que no por inofensiva es menos violenta para el invasor y para los traidores que les dieron ayuda. De pronto, nadie en el pueblo dirigía la palabra a los soldados, nadie hablaba incluso en su presencia, los traidores comenzaron a sentir que su autoridad era insegura. Los trabajadores extraían carbón lentamente, las gabarras no se llenaban con facilidad, las máquinas se estropeaban a cada momento, los jóvenes huían a Inglaterra. Pronto los ingleses bombardearon la mina. Se preparaba una venganza silenciosa. Y así: "El que estaba cercado ahora era el conquistador, los hombres del batallón, que se encontraban rodeados de enemigos y no se atrevían a descuidarse ni un momento. El soldado que se descuidaba, desaparecía (...). Si iba en busca de mujer, desaparecía (...). Si bebía, desaparecía. No podían cantar sino en coro, no podían bailar sino uno con otro y poco a poco dejaron de bailar, y las canciones expresaban la nostalgia de su país".
Y esta amenaza invisible hacía mella en el ánimo de los soldados: "Gradualmente habían empezado a tener miedo, miedo de que aquello no terminara nunca y de que jamás lograran tener tranquilidad ni volver a su país; miedo de que un día se hundieran ellos y los persiguieran por los montes como a conejos". Y así, dejaban las convicciones para convertirse en seres huérfanos, ansiosos por contacto humano, por calor de hogar, al punto de perder el sentido de la responsabilidad y pagar su cara osadía, como el Teniente Tonder, cuyo afán de conversar con una mujer, Molly, le costó la vida. "Resultó, pues, que los conquistadores iban teniendo miedo a los conquistados que el estado de sus nervios les llevaba a disparar contra sombras que se hacían en la noche".
En este estado de desolación y angustia de los invasores, los ingleses lanzaron cartuchos de dinamita en paracaídas del tamaño de un pañuelo sobre el pueblo. De pronto, cientos y cientos de cartuchos inundaron el pueblo y los pobladores los recogían y escondían. De pronto el pueblo estaba armado, "secretamente armados, y el invasor no sabría quién de nosotros está armado". En un intento de detener los previsibles ataques, el invasor detiene al intendente, pero es inútil: "¡Qué hará el pueblo si sabe que le fusilaremos a usted si encienden otra mecha?
- No lo sé -replicó el intendente-, creo que encenderán la mecha."
No es difícil identificar a la potencia invasora ni al país invadido. Steinbeck hace una reproducción magistral de la resistencia y de la descomposición emocional de los invasores, de su miedo ante un ente invisible pero omnipresente que les oprime cada vez más hasta desbordarlos finalmente. Este ente, el pueblo, se ve retratado con una autonomía y voluntad propias, libre incluso de lo que diga la autoridad ("al intendente no se le puede detener. El intendente es una idea concebida por hombres libres y eludirá la detención").
Esta novela fue publicada en 1942, es decir, en el transcurso de la Segunda Guerra Mundial, luego, no encontraremos un descenlace en la historia de nuestro pueblo invadido, aunque ya nos lo podemos imaginar. El autor ha encontrado una maravillosa forma de hacernos ver que no importa el estado de opresión ni desventaja en que nos encontremos, porque siempre podremos salir de ella y estar mejor: a través de una reproducción del famoso Diálogo de Fedón entre el intendente y el médico. Y aunque las interpretaciones de éste diálogo todavía no son definitivas, nos sirve para dar, nosotros mismos, el mejor final a esta novela.
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