Alejandro Magno, detalle del mosaico de la Casa del Fauno, Pompeya |
Encontrar el mausoleo de Alejandro Magno es el sueño dorado de cualquier arqueólogo. Pero la tumba se perdió ya en la antigüedad.
¿Y qué encontraron entonces? Pues una tumba muy bien conservada en la que fuera la ciudad de Anfípolis, en el norte de la actual Grecia. Para comenzar, es más grande que la tumba de Filipo II (padre de Alejandro, que hubiera sido el más grande general de la antigüedad si no hubiera sido por la genialidad de su hijo), lo que da una idea de la importancia del personaje que la edificó, y como data aproximadamente de la época en que murió Alejandro (323 a. C.), es suficiente para que algún ignorante escriba en El Comercio que "podría ser la de Alejandro Magno".
Alejandro Magno murió en Babilonia, presa de fiebres y dolores reumáticos que acabaron con él en pocos días. No conocemos la causa, solo podemos conjeturar algunas hipótesis que se basan tanto en la descripción de los síntomas que hizo su médico como en las actividades del gran rey antes de caer enfermo: estaba supervisando trabajos de los canales para drenar el agua de Babilonia.
Tras su muerte, sus generales sólo permanecieron de acuerdo poco tiempo y el imperio fue repartido. A Ptolomeo le tocó Egipto, se convirtió en Faraón, y para dar legitimidad a su nuevo reinado desvió la momia de Alejandro de su ruta a Macedonia, y le erigió una tumba en Menfis, entonces la capital.
Luego Ptolomeo II mandó edificar un mausoleo en Alejandría, y trasladó allí el cuerpo de Alejando en su magnífico sarcófago de oro. Ptolomeo IV Filópator, hacia 215 a. C, reformó el mausoleo, que fue el templo más sagrado y famoso de la Antigüedad: Alejandro Magno era venerado como una divinidad. No hace falta decir que el mausoleo-templo era de una belleza y riqueza indescriptibles, y su culto estaba muy enraizado en las gentes.
Allí acudieron a visitarlo Cayo Julio César, Augusto y tantos otros emperadores romanos. El último fue Caracalla, en 215 de nuestra era, 538 años después de la muerte del gran macedonio.
Pero ya estamos en el siglo III, Roma se descompone inexorablemente y Alejandría no escapa de las luchas fraticidas: los emperadores Aureliano y Diocleciano, cada uno a su tiempo, arrasaron la ciudad. La naturaleza también colaboró, hubo un terremoto devastador y un tsunami, en 365. Pero al parecer la tumba de Alejandro, gracias al culto del pueblo, no se perdió en estos tiempos convulsos.
El punto final fue la ascensión del cristianismo como religión del imperio. Hacia el siglo IV eran comunes los ataques y la destrucción de los templos paganos. El emperador Teodosio (reinó entre 379 y 395) todavía tuvo noticia de la tumba de Alejandro y de su culto, pero era cristiano, aquello era intolerable, y dictó normas para evitarlo.
Es en esta época, bajo el principado de Teodosio, donde se pierde la momia. ¿Cómo? Nadie lo sabe. ¿Cuándo? Lo ignoramos. Lo cierto es que a fines del siglo IV, Juan de Antioquía (muerto en 406) dice que los paganos de Alejandría no saben dónde está la tumba de Alejandro. En el siglo V, Teodoreto de Ciro (muerto en 466) escribió que la tumba de Alejandro estaba perdida.
Desde entonces han habido historias y versiones de que la tumba de Alejandro estaría en la mezquita Atarina, en la Basílica de San Marcos (Venecia) o en el mausoleo de Anfípolis. Pero son eso, historias, cuentos, leyendas, mentiras. La momia de Alejandro fue llevada a Egipto y allí se perdió, unos 700 años después.
¿Y de quién es entonces la tumba de Anfípolis? Pues cuando lleguen al sepulcro (sí, todavía no llegan al sepulcro y los burros de El Comercio ya dicen que "podría ser de Alejandro") y hagan los estudios adecuados lo sabremos. Si es que hay alguien, claro.
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