I can’t tell you what I feel
my heart is like a wheel
let me roll it, let me roll it
let me roll it to you
Desde el jueves de la semana pasada había gente acampando en los alrededores del estadio para ganar un buen lugar. Yo, naturalmente, no estaba dispuesto a acampar, pero tampoco era cosa de llegar con el tiempo justo el día del concierto. Me escapé del trabajo a las nueve de la mañana, me reuní con mi hermana, mi primo y su novia (que traían los panes con chorizo que constituían nuestro almuerzo) y fuimos al estadio. Tuvimos la inmensa fortuna de llegar por el lado norte; sorpresa, sorpresa, no había tráfico ni gente. Por ese lado recién habían establecido un punto de entrada y llegamos a una cola de 70 u 80 personas: estábamos adelante, cerquísima de nuestra ubicación. Los que acamparon, las colas gigantescas, el tráfico endemoniado, todo eso estaba del lado sur. Era casi el mediodía cuando tomamos nuestro lugar bajo el sol abrasador de Ate. Había que esperar unas horas más, ya estábamos cerca.
I’ve just seen a face,
I can’t forget the time or place where we’ve just met
Cerca de las tres de la tarde, la fila se alborotó, había rumores de que ya íbamos a entrar, de modo que dejé mi lugar para ir a enterarme. Falsa alarma, sólo están moviendo las vallas. Yo volvía a mi lugar, no por la acera, sino por la berma central de la avenida. Cuando iba a cruzar la pista, cerca de una curva en S, me detuve ante una moto policial que se acercaba a gran velocidad. Detrás de ella apareció otra y retrocedí. Inmediatamente otra más. Intuí rápidamente que aquellas ‘liebres’ eran la vanguardia de una caravana y saqué el iPod para filmar, una moto más y detrás venía a toda velocidad el Porsche Cayenne que reconocí en el acto, traía el vidrio abajo; mi intuición ya era certeza, tenía que ser, ¡sí…, tenía que ser! Y era: allí estaba, ¡era él!, con la mano fuera haciendo el signo de paz y amor, el auto pasó veloz a unos tres metros de donde yo estaba de pie, solito, estupefacto, con el iPod en la mano sin atinar a nada más que a aguzar la vista en la ventana, y le vi, ¡le vi!, ¡le vi!
All your life
you’re been only waiting
for this moment to be free
Por fin el día y lugar largamente esperados, ya entramos; Carolina -mi hermana- tardó un poco pero fue fácil encontramos, entonces restaban tres horas para que comience el show, y pasaron volando. A las 9:30 salió el gran Paul McCartney, pantalones negros y saco celeste y el mítico bajo Hoffner. Suenan acordes de una canción que inicialmente nadie identifica porque es distinta a la del disco, hasta que la voz de Paul canta: “You say hi”, y el estadio retumba. Es “Hello, good bye”, el público irrumpe en gritos. Buen inicio. A continuación, “Jet” calma un poco los ánimos con su cadencia setentera. Luego Paul deja el Hoffner, coge una guitarra y canta: “Close your eyes, and I’ll kiss you…” y el estadio retumba de nuevo: “All my loving” está tan fresca como siempre, súper rockera, preciosísima canción, impecable ejecución. Paul y su banda están en excelente forma. Por fin su saludo, en perfecto castellano: “¡Por fin estoy en Perú!”
Let it be
McCartney no es un front man en toda regla. Más bien parece un chico tímido que por momentos, entre canción y canción, no sabe qué decir. No es como Jagger, por ejemplo, repetía “muchas gracias” y “thank you” indistintamente, y cuando los aplausos y las loas le obligaban a decir algo, como que no le salía nada; sin embargo, cuando canta a la vez que ejecuta su instrumento –anoche ejecutó el bajo, piano de cola y piano vertical, tres tipos distintos guitarras eléctricas, guitarra acústica, ukulele y una guitarra pequeñita cuyo nombre ignoro- y canta, el tipo se transforma. Se le va la timidez, canta y ejecuta con vigor inusitado, lleno de energía, como un veinteañero frente a su única chance de ser famoso, así toca McCartney, con ímpetu, como si se le fuera la vida en la canción. Y su entusiasmo enciende a todo mundo, contagia hasta a las piedras. Pero se trata de un tipo que ha pisado miles de escenarios que, sin embargo, pareciera abrumarse con tanto aplauso de gente que le admira sin condiciones.
Una estrella de otra galaxia, alguien que lo ha logrado todo, que no tiene ya nada que probar, puede ser como quiera, pero Paul es tímido, el muchacho de siempre que nos lleva al éxtasis mientras dura una canción, porque cuando acaba, repite “muchas gracias” y de nuevo no sabe qué decir ante tanta ovación; entonces, hace la señal para el siguiente tema, y todo comienza otra vez.
Feel the quiet,
feel the thunder,
feel the sense of
childlike wonder!
Escuchar y ver a McCartney ha sido la mejor experiencia que he tenido en cuanto a conciertos. ¿Cuántas veces deseé verle? No lo sé. Pero ha valido la espera y lo que vi rebasó largamente lo que yo imaginaba. Nunca he visto un estadio retumbar como retumbó ese -momentos cumbres fueron “Ob-la-di, Ob-la-da”, “Band on the run”, “Mrs. Vandebilt”, “Let it be”, “Hey Jude” y “Live and let die”-; nunca había cantado mis canciones favoritas tan alto, nunca había gritado tan alto –y así y todo- sin oírme a mí mismo, nunca había tenido la garganta tan inflamada de tanto cantar (todavía no puedo hablar sin dolor). McCartney me ha deslumbrado, me ha desbordado. El sólo hecho de haberle visto en el auto que le llevaba justificaba los afanes de ir a ese concierto, pero verle, escucharle, cantar con él hasta perder la voz… es difícil de explicar; he sentido, como dice una de sus canciones, el asombro de un niño.
Oh yeah!
All right!
Are you gonna be in my dreams tonight?
No necesito decir nada más, ¿no?