Las selecciones de fútbol nacionales de todas las categorías ya casi han logrado que deteste el fútbol peruano. Me sigue gustando el buen fútbol, pero el nacional sí que detesto. En otro momento dedicaré unas gotas de bilis a esos clubes de barrio que militan en la primera división. Por ahora, vamos con la sub 20, que pena tristemente en el campeonato sudamericano que nuestro país organiza. Perdió en el debut con Chile, y ahí la prensa dijo que era un traspié; volvió a perder en el segundo partido y todos los hinchas volvieron a la antigua costumbre de hacer cálculos imposibles y tener esperanzas vanas: si ganamos a Venezuela, pasamos. ¿Y ganamos? No, un triste empate, para salvar la cara.
Ahora, ya eliminados, todavía hay crédulos que calculan: hay que vencer por 4-0 a Uruguay para obtener una DF de +1, luego, rogar que Chile y Venezuela empaten para ser tercero de la serie. Por supuesto, y considerando el equipo que tiene Perú, nadie ha pensado en la imposibilidad absoluta de encajarle siguiera un gol a Uruguay. Será derrota, será otra campaña vergonzosa, será otra perla en el collar de Burga.
Así, yo propongo desde esta modesta tribuna, que Perú organice todos los campeonatos que quiera, pero no participe en ellos. Así sí darían ganas de ir al estadio.
martes, 25 de enero de 2011
miércoles, 12 de enero de 2011
La noche más larga
Decía mi abuela que desde que su padre supo que tendría otro hijo, deseó que fuera hombre, y eligió nombre: José Miguel. Pero nació mi abuela, era 1918, y la desazón de su padre fue grande, tanto que ni siquiera quiso cambiar el nombre que había elegido, y mi abuela se llamó Josefa Miguelina. O doña Chepa, o mamá Migue.
El lunes, cuando llegaba a la casa a almorzar, me topé con mi mamá en la calle. "Tráeme un taxi, hijo, me voy a Iquitos." Apenas pude preguntar para qué, y supe que mi abuela estaba mal, "dice que no orina desde ayer y no se levanta de su cama. Vengo a fin de mes".
Parece ser que a mi abuela, más o menos cuando tenía 14 años, le mordió una víbora. Cuando hubo sanado, alguien, acaso su padre, juzgó que ya era tiempo de comenzar a fumar el mapacho, que protegía contra las víboras. Y así inició un hábito que conservaría hasta casi los 70 años, cuando tuvo que dejarlo a causa de una tos con flemas eternas que ningún médico pudo curar nunca.
Ayer la abuela mostró signos de mejoría, mi papá estaba ya tranquilo. Pero en la noche recibí un llamado urgente, cerca a las diez de la noche, de Ani. "La abuelita está mal". Llamé a mi papá, él no contestaba. "Aló, Pepe, anda a acompañar a papá, parece que la abuelita está mal y no me contesta". "Sí, ya sé, hermano, he estado buscando pasajes para mañana, ahorita voy, se va con la tía Irma".
Todos los días, después del almuerzo nos congregábamos en el cuarto del fondo. En ese calor devastador de la selva, era el más fresco de la casa a esa hora. Allí mi mamá, mi tía y mi abuela veían las telenovelas, mis hermanos y yo ocupábamos la tarde jugando. Sobre las cuatro de la tarde mi abuela sacaba su eterno mazo de tabaco, una chaira, y papel. La operación consistía en raspar el mazo con la chaira para obtener las hebras que habrían de ser envueltas con el papel y pegadas con saliva. Eso era un mapacho. Mi abuela fumaba dos o tres de ellos al día, y cada uno involucraba el ritual de su elaboración. Nunca mi abuela hizo un mapacho para fumarlo más tarde. A mí me gustaba el olor del tabaco al ser cortado y también el del mapacho ardiendo.
- ¿Aló? ¿Mamá? ¿Cómo está mi abuela?
- Mal hijo, está entubada, con catéter para que orine, tiene una infección generalizada.
- Mi papá está esperanzado en que le va a esperar.
- Sí le va a esperar, ya le han hecho todo lo que hay que hacer.
- Ojalá le espere. Háblale, dile que mañana van a estar todos.
- Ya le he dicho, pero está inconsciente, hijo.
- De todos modos dile, tiene que esperar. Trata de descansar, mamá, va a ser una noche larga.
Me cuentan que cuando yo era niño, muy niño, fui con mi abuela a Iquitos, al parecer varias veces. Me llevaba al mercado donde vendía plátanos, verduras, comida. Yo llevaba colgada del cuello una bolsa de tela en la que guardaba toda chuchería que encontraba en el suelo, y si alguien quería un botón, un clavo, una moneda o algo parecido, pues bastaba echar un ojo a mi bolsita. Yo ponía mi banquito a su lado y pretendía vender lo que vendía mi abuela.
Dice que mi abuelita se alegró cuando llegó mi mamá el lunes. Siempre ha querido mucho a mi mamá, y mi mamá también quería mucho a mi abuela.
- ¿Cómo estás, mamá?- le telefoneó mi papá esa tarde.
- Bien hijo, ya ha venido Gladys, ella me está cuidando.
- Has de tomar tus remedios, has de comer, mira que enfermo que come mejora.
- Sí, ya he almorzado, ahora estoy cenando. He tomado mi leche, mi empanada, estoy bien hijo-. Con esa tranquilidad mi papá arregló su viaje para el sábado, luego de asistir a una cita importante en Lima el viernes. Mi tía Irma también había sacado pasajes para el jueves, se iba a quedar con ella un mes.
Mi mamá como que ha tenido mala suerte en sus partos. Cuando yo estaba por nacer, el hospital había asignado su cama a otra parturienta que llegó antes y tuvo que volver a casa; felizmente la vecina era partera. Cuando iba a nacer Pepe, tuvo todavía peor suerte, porque mi padre no estaba en la ciudad y sólo la acompañábamos mi abuela y yo, de un año de edad; para peor, la vecina partera no estaba. Así, sin forma siquiera de ir en ese trance al hospital, comenzó el trabajo de parto. Y mi abuela, viendo asomar a mi hermano, le tomó de la cabeza y tiró de él hasta que salió. Por eso mi hermano se llama José Miguel, y por eso para mi abuela siempre fue su nieto más querido. El papá de mi abuela se habría contentado.
Dice que la abuela no quiso levantarse de su cama el martes. Dice que no quería comer ni beber. Dice que no orinaba. El médico le dio una pastilla. "Si no orina en una hora, hay que internarla". No orinó. A las tres de la tarde llovía torrencialmente en Iquitos y la ambulancia la llevó al hospital; nada más internarla hizo la primera crisis. Dicen que fue parálisis cerebral, o algo así. "¿Aló?, ¿Julio? Vengan a Iquitos". Y mi padre: "Mañana llegaremos a las 2".
- ¿Aló? ¿Papá?
- Hola hijo.
- ¿Cómo estás?
- Bien hijo, tu abuelita dice está mal, mañana vamos a Iquitos con tu tía Irma.
- Sí, anda, ella te va a esperar.
- Sí, me tiene que esperar, se tiene que aferrar a un pedacito de vida.
- Te va a esperar.
- Sí, me va a esperar, yo estoy seguro que me va a esperar.
- Descansa ya, papá, mañana tienes que estar fuerte. Este momento difícil no te puede derrotar, ¿ya?
- Ya hijo.
¿Cuál es la noche más larga? ¿Aquella en la que los hijos esperan un avión que partirá dentro de quince horas, sabiendo que la madre vivirá sólo cuatro más? ¿Aquella en que doña Migue duerme, y su sueño se hace más profundo cada vez, sin dolor, sin saber, sin querer (o queriendo sin saber)?, ¿cuál? ¿Tal vez la noche en que yo también deseaba con todas mis fuerzas que mi abuela no se muriera hasta el día siguiente, a las tres? Si pensamos que esas noches son la misma noche vividas por personas distintas tal vez entendamos un poco. Tal vez sumando angustias consigamos librarnos de una noche que es eterna, aunque no estemos juntos. O tal vez no, la tristeza es un bosque oscuro que hay que atravesar solo.
El teléfono no paraba de repicar a la 1:18 de la mañana. Era Pepe. "Julio, la abuelita ya se ha ido".
A las cinco de la mañana Carolina despegó en un avión a Iquitos, a las siete papá y tía Irma aterrizaban en Lima para tomar el vuelo de las 9, en un intento desesperado de ahorrar cuatro horas con respecto al avión que sale de Pucallpa a la una de la tarde. Los dos estaban con los ojos cansados de llorar. Abracé a mi padre, a mi tía. Nos tomamos un café en el aeropuerto
- Lo que me pesa es no haberme despedido de ella-, dice mi padre.
- Doña Chepita no ha esperado-, le digo.
- Pero me reconforta saber que ha estado con tu mamá.
- Sí -dice mi tía-, eso es lo bueno.
- Sí -digo yo-, ella ha conversado con mi mamá, se durmió confiada y tranquila sabiendo que ella estaba a su lado.
- Ya no ha sabido que Nachito ha nacido-, dice mi tía.
- ¿No ha sabido?
- No -dice mi tía-. El lunes le he dicho que Nachito no quería salir. "Déjale ahí a ese haragán", me contestó. "Mejor está ahí en la barriga de su madre, ¿para qué le quieren sacar?, ya saldrá cuando quiera", así me ha dicho. Nacho ha nacido el lunes en la noche, yo me he quedado en el hospital hasta las once, y el martes ya no hablé con ella.
- Uno se va y otro viene -dice mi papá-, la misma historia que con papá.
Siempre me ha gustado la forma de razonar de mi abuela. Me encantaba su pensamiento pragmático y definitivo con el que solucionaba la vida conforme se presentaba. Así, lo mismo parchaba un pantalón gris con telas verdes o azules, o renegaba con un clavo: "De mí no se burla ningún gallo capón, menos un clavo maricón". Entonces, me da por pensar que, cuando se quedó dormida, todavía con un rastro de consciencia, habrá pensado, "¡Eh!, para qué he de levantarme -habrá pensado-, mejor sigo con los ojos cerrados".
- Ya son las nueve, vamos ya-, dice mi padre y nos levantamos del café, ya parte el avión a Iquitos. Mi padre está destrozado, mi tía, peor. No ha podido evitar el llanto, adoraba a a su madre, todavía la adora y no sabe qué hacer con todo ese amor en su pecho que ya no tiene destinatario. Habrá de encontrar a mi abuela en su ataúd-. Lo que me pesa es no haberme despedido -repite-, pero así es.
Cuando le abracé le dije "te quiero fuerte papá, y te quiero mucho. Esto va a pasar". No pudo evitar el llanto de nuevo, mi tía tampoco.
- No habrá una pastilla... o algo
- Para qué
- Para que pase esto, para estar calmados...
- No papá, eso pasa solo.
- No, no para mí, para tu tía que no....
Y se fueron.
Tal vez por primera vez a mi abuela le ganó la pereza, su gran enemiga. "De qué color es la pereza -nos decía-, si me dices de qué color es te hago caso". Tal vez ya se cansó de esta vida, a lo mejor ya se quería ir. Entonces sí la imagino diciendo "¡eh! no quiero levantarme". Y yo no puedo reprochar nada, o casi nada, que si fue así como imagino, sólo preguntaría, ¿por qué no esperaste, mamá Migue, unas horitas más?
El lunes, cuando llegaba a la casa a almorzar, me topé con mi mamá en la calle. "Tráeme un taxi, hijo, me voy a Iquitos." Apenas pude preguntar para qué, y supe que mi abuela estaba mal, "dice que no orina desde ayer y no se levanta de su cama. Vengo a fin de mes".
Parece ser que a mi abuela, más o menos cuando tenía 14 años, le mordió una víbora. Cuando hubo sanado, alguien, acaso su padre, juzgó que ya era tiempo de comenzar a fumar el mapacho, que protegía contra las víboras. Y así inició un hábito que conservaría hasta casi los 70 años, cuando tuvo que dejarlo a causa de una tos con flemas eternas que ningún médico pudo curar nunca.
Ayer la abuela mostró signos de mejoría, mi papá estaba ya tranquilo. Pero en la noche recibí un llamado urgente, cerca a las diez de la noche, de Ani. "La abuelita está mal". Llamé a mi papá, él no contestaba. "Aló, Pepe, anda a acompañar a papá, parece que la abuelita está mal y no me contesta". "Sí, ya sé, hermano, he estado buscando pasajes para mañana, ahorita voy, se va con la tía Irma".
Todos los días, después del almuerzo nos congregábamos en el cuarto del fondo. En ese calor devastador de la selva, era el más fresco de la casa a esa hora. Allí mi mamá, mi tía y mi abuela veían las telenovelas, mis hermanos y yo ocupábamos la tarde jugando. Sobre las cuatro de la tarde mi abuela sacaba su eterno mazo de tabaco, una chaira, y papel. La operación consistía en raspar el mazo con la chaira para obtener las hebras que habrían de ser envueltas con el papel y pegadas con saliva. Eso era un mapacho. Mi abuela fumaba dos o tres de ellos al día, y cada uno involucraba el ritual de su elaboración. Nunca mi abuela hizo un mapacho para fumarlo más tarde. A mí me gustaba el olor del tabaco al ser cortado y también el del mapacho ardiendo.
- ¿Aló? ¿Mamá? ¿Cómo está mi abuela?
- Mal hijo, está entubada, con catéter para que orine, tiene una infección generalizada.
- Mi papá está esperanzado en que le va a esperar.
- Sí le va a esperar, ya le han hecho todo lo que hay que hacer.
- Ojalá le espere. Háblale, dile que mañana van a estar todos.
- Ya le he dicho, pero está inconsciente, hijo.
- De todos modos dile, tiene que esperar. Trata de descansar, mamá, va a ser una noche larga.
Me cuentan que cuando yo era niño, muy niño, fui con mi abuela a Iquitos, al parecer varias veces. Me llevaba al mercado donde vendía plátanos, verduras, comida. Yo llevaba colgada del cuello una bolsa de tela en la que guardaba toda chuchería que encontraba en el suelo, y si alguien quería un botón, un clavo, una moneda o algo parecido, pues bastaba echar un ojo a mi bolsita. Yo ponía mi banquito a su lado y pretendía vender lo que vendía mi abuela.
Dice que mi abuelita se alegró cuando llegó mi mamá el lunes. Siempre ha querido mucho a mi mamá, y mi mamá también quería mucho a mi abuela.
- ¿Cómo estás, mamá?- le telefoneó mi papá esa tarde.
- Bien hijo, ya ha venido Gladys, ella me está cuidando.
- Has de tomar tus remedios, has de comer, mira que enfermo que come mejora.
- Sí, ya he almorzado, ahora estoy cenando. He tomado mi leche, mi empanada, estoy bien hijo-. Con esa tranquilidad mi papá arregló su viaje para el sábado, luego de asistir a una cita importante en Lima el viernes. Mi tía Irma también había sacado pasajes para el jueves, se iba a quedar con ella un mes.
Mi mamá como que ha tenido mala suerte en sus partos. Cuando yo estaba por nacer, el hospital había asignado su cama a otra parturienta que llegó antes y tuvo que volver a casa; felizmente la vecina era partera. Cuando iba a nacer Pepe, tuvo todavía peor suerte, porque mi padre no estaba en la ciudad y sólo la acompañábamos mi abuela y yo, de un año de edad; para peor, la vecina partera no estaba. Así, sin forma siquiera de ir en ese trance al hospital, comenzó el trabajo de parto. Y mi abuela, viendo asomar a mi hermano, le tomó de la cabeza y tiró de él hasta que salió. Por eso mi hermano se llama José Miguel, y por eso para mi abuela siempre fue su nieto más querido. El papá de mi abuela se habría contentado.
Dice que la abuela no quiso levantarse de su cama el martes. Dice que no quería comer ni beber. Dice que no orinaba. El médico le dio una pastilla. "Si no orina en una hora, hay que internarla". No orinó. A las tres de la tarde llovía torrencialmente en Iquitos y la ambulancia la llevó al hospital; nada más internarla hizo la primera crisis. Dicen que fue parálisis cerebral, o algo así. "¿Aló?, ¿Julio? Vengan a Iquitos". Y mi padre: "Mañana llegaremos a las 2".
- ¿Aló? ¿Papá?
- Hola hijo.
- ¿Cómo estás?
- Bien hijo, tu abuelita dice está mal, mañana vamos a Iquitos con tu tía Irma.
- Sí, anda, ella te va a esperar.
- Sí, me tiene que esperar, se tiene que aferrar a un pedacito de vida.
- Te va a esperar.
- Sí, me va a esperar, yo estoy seguro que me va a esperar.
- Descansa ya, papá, mañana tienes que estar fuerte. Este momento difícil no te puede derrotar, ¿ya?
- Ya hijo.
¿Cuál es la noche más larga? ¿Aquella en la que los hijos esperan un avión que partirá dentro de quince horas, sabiendo que la madre vivirá sólo cuatro más? ¿Aquella en que doña Migue duerme, y su sueño se hace más profundo cada vez, sin dolor, sin saber, sin querer (o queriendo sin saber)?, ¿cuál? ¿Tal vez la noche en que yo también deseaba con todas mis fuerzas que mi abuela no se muriera hasta el día siguiente, a las tres? Si pensamos que esas noches son la misma noche vividas por personas distintas tal vez entendamos un poco. Tal vez sumando angustias consigamos librarnos de una noche que es eterna, aunque no estemos juntos. O tal vez no, la tristeza es un bosque oscuro que hay que atravesar solo.
El teléfono no paraba de repicar a la 1:18 de la mañana. Era Pepe. "Julio, la abuelita ya se ha ido".
A las cinco de la mañana Carolina despegó en un avión a Iquitos, a las siete papá y tía Irma aterrizaban en Lima para tomar el vuelo de las 9, en un intento desesperado de ahorrar cuatro horas con respecto al avión que sale de Pucallpa a la una de la tarde. Los dos estaban con los ojos cansados de llorar. Abracé a mi padre, a mi tía. Nos tomamos un café en el aeropuerto
- Lo que me pesa es no haberme despedido de ella-, dice mi padre.
- Doña Chepita no ha esperado-, le digo.
- Pero me reconforta saber que ha estado con tu mamá.
- Sí -dice mi tía-, eso es lo bueno.
- Sí -digo yo-, ella ha conversado con mi mamá, se durmió confiada y tranquila sabiendo que ella estaba a su lado.
- Ya no ha sabido que Nachito ha nacido-, dice mi tía.
- ¿No ha sabido?
- No -dice mi tía-. El lunes le he dicho que Nachito no quería salir. "Déjale ahí a ese haragán", me contestó. "Mejor está ahí en la barriga de su madre, ¿para qué le quieren sacar?, ya saldrá cuando quiera", así me ha dicho. Nacho ha nacido el lunes en la noche, yo me he quedado en el hospital hasta las once, y el martes ya no hablé con ella.
- Uno se va y otro viene -dice mi papá-, la misma historia que con papá.
Siempre me ha gustado la forma de razonar de mi abuela. Me encantaba su pensamiento pragmático y definitivo con el que solucionaba la vida conforme se presentaba. Así, lo mismo parchaba un pantalón gris con telas verdes o azules, o renegaba con un clavo: "De mí no se burla ningún gallo capón, menos un clavo maricón". Entonces, me da por pensar que, cuando se quedó dormida, todavía con un rastro de consciencia, habrá pensado, "¡Eh!, para qué he de levantarme -habrá pensado-, mejor sigo con los ojos cerrados".
- Ya son las nueve, vamos ya-, dice mi padre y nos levantamos del café, ya parte el avión a Iquitos. Mi padre está destrozado, mi tía, peor. No ha podido evitar el llanto, adoraba a a su madre, todavía la adora y no sabe qué hacer con todo ese amor en su pecho que ya no tiene destinatario. Habrá de encontrar a mi abuela en su ataúd-. Lo que me pesa es no haberme despedido -repite-, pero así es.
Cuando le abracé le dije "te quiero fuerte papá, y te quiero mucho. Esto va a pasar". No pudo evitar el llanto de nuevo, mi tía tampoco.
- No habrá una pastilla... o algo
- Para qué
- Para que pase esto, para estar calmados...
- No papá, eso pasa solo.
- No, no para mí, para tu tía que no....
Y se fueron.
Tal vez por primera vez a mi abuela le ganó la pereza, su gran enemiga. "De qué color es la pereza -nos decía-, si me dices de qué color es te hago caso". Tal vez ya se cansó de esta vida, a lo mejor ya se quería ir. Entonces sí la imagino diciendo "¡eh! no quiero levantarme". Y yo no puedo reprochar nada, o casi nada, que si fue así como imagino, sólo preguntaría, ¿por qué no esperaste, mamá Migue, unas horitas más?
Mi abuela, mi padre y yo. Hasta siempre, Mama Migue |
lunes, 10 de enero de 2011
Cambios de inicios de año
A mí que me va tan bien la monotonía y la rutina, a mí que me gusta saber que la semana próxima será igual que esta, a mí que me incomoda la incertidumbre, me toca vivir cambios apenas iniciado el año.
Cambios en el trabajo, pues el acceso de César San Martín a la presidencia del Poder Judicial ha traído nuevos aires. También hay nuevo presidente de la Corte de Lima, que está en la onda de San Martín. Comenzaron bien echando al gerente general, Suero, y a cinco de sus gerentes favoritos. Todo el mundo sospecha que si investigan a ese grupo encontrarán más perlas que en un cofre pirata. Yo también lo creo. Ojalá les investiguen.
Cambios en el trabajo, pues algunos de mis compañeros son jueces ahora. En la tónica de los cambios, han encontrado quién los recomiende y ya está. Tienen dos años para hacerlo bien y tratar de quedarse, que cuando entren nuevas autoridades auparán a su propia gente, y los tendremos de vuelta por estos lares.
Y en cuanto a mí, pues me ha llegado una propuesta que debería aceptar: una asesoría en Iquitos por un sueldo que casi dobla lo que gano aquí. Suena bien, y me iría de buena gana, pero Evelyn no quiere que renuncie ni por todo el oro del mundo; le gusta "la seguridad" del PJ. Seguridad que, dicho sea de paso, yo no tengo problemas en mandar al traste por mejoría económica. ¿Debería ir? No podría ver a mis hijos y tampoco es cosa de gastar medio sueldo en boletos de avión todas las semanas porque sería como ganar lo mismo que aquí. Venir una vez al mes... ¿esa es forma de ver crecer a tus hijos? Pero me gustaría ir. ¿Y si me voy de todos modos? ¿Si reto a Eve y me voy?
¿Y si me fuera tan bien que logro establecerme allí? ¿volvería a vivir con mis hijos? Por el contrario, si fracaso y tengo que volver, ¿podría volver?
¿Y por qué no inicio algo acá? Sí que lo intenté. Intenté poner oficina por lo menos tres veces en los últimos tres años, y las tres veces no pude ni cubrir costos. Es que es difícil; no puedo dedicarme al Poder Judicial y a mi oficina al mismo tiempo. Pero no se equivoquen, seguiré intentando diez, cien, mil veces más. La de Iquitos es una oportunidad dorada, y la estoy dejando ir solamente porque mis hijos se quedarán aquí. Eso me tiene desazonado, y aunque trato de pensar con cabeza fría, la idea de irme contra viento y marea me tiene ansioso. Hablar de nuevo con Eve es hablar con la pared. No va a querer, ya dijo su última palabra.
Y aunque yo no he dicho la mía, es cierto que cuando la diga uno quedará descontento, parece que cuando la diga, el precio será alto.
Cambios en el trabajo, pues el acceso de César San Martín a la presidencia del Poder Judicial ha traído nuevos aires. También hay nuevo presidente de la Corte de Lima, que está en la onda de San Martín. Comenzaron bien echando al gerente general, Suero, y a cinco de sus gerentes favoritos. Todo el mundo sospecha que si investigan a ese grupo encontrarán más perlas que en un cofre pirata. Yo también lo creo. Ojalá les investiguen.
Cambios en el trabajo, pues algunos de mis compañeros son jueces ahora. En la tónica de los cambios, han encontrado quién los recomiende y ya está. Tienen dos años para hacerlo bien y tratar de quedarse, que cuando entren nuevas autoridades auparán a su propia gente, y los tendremos de vuelta por estos lares.
Y en cuanto a mí, pues me ha llegado una propuesta que debería aceptar: una asesoría en Iquitos por un sueldo que casi dobla lo que gano aquí. Suena bien, y me iría de buena gana, pero Evelyn no quiere que renuncie ni por todo el oro del mundo; le gusta "la seguridad" del PJ. Seguridad que, dicho sea de paso, yo no tengo problemas en mandar al traste por mejoría económica. ¿Debería ir? No podría ver a mis hijos y tampoco es cosa de gastar medio sueldo en boletos de avión todas las semanas porque sería como ganar lo mismo que aquí. Venir una vez al mes... ¿esa es forma de ver crecer a tus hijos? Pero me gustaría ir. ¿Y si me voy de todos modos? ¿Si reto a Eve y me voy?
¿Y si me fuera tan bien que logro establecerme allí? ¿volvería a vivir con mis hijos? Por el contrario, si fracaso y tengo que volver, ¿podría volver?
¿Y por qué no inicio algo acá? Sí que lo intenté. Intenté poner oficina por lo menos tres veces en los últimos tres años, y las tres veces no pude ni cubrir costos. Es que es difícil; no puedo dedicarme al Poder Judicial y a mi oficina al mismo tiempo. Pero no se equivoquen, seguiré intentando diez, cien, mil veces más. La de Iquitos es una oportunidad dorada, y la estoy dejando ir solamente porque mis hijos se quedarán aquí. Eso me tiene desazonado, y aunque trato de pensar con cabeza fría, la idea de irme contra viento y marea me tiene ansioso. Hablar de nuevo con Eve es hablar con la pared. No va a querer, ya dijo su última palabra.
Y aunque yo no he dicho la mía, es cierto que cuando la diga uno quedará descontento, parece que cuando la diga, el precio será alto.
lunes, 3 de enero de 2011
Feliz año a todos
Ya pasadas las resacas de las fiestas, creo que es hora de desear feliz año a los pocos lectores de este modesto blog. Sí, ya sé que es a destiempo, pero ese también es un rasgo de mi personalidad que sabrán disculpar.
En cuanto a esta bitácora, ha cumplido un año y el balance es positivo, según me parece. He posteado 51 veces durante este año, es decir, una entrada a la semana, en promedio, sin contar las 28 entradas del blog dedicado a mis hijos. Y aunque muchas veces he tenido la tentación de fusionarlos, siempre he recordado que mientras este es un blog personal donde me permito escribir sobre cualquier cosa, el otro está dedicado a mis pequeños, pensado para que ellos lo lean algún día lejos de hoy, así que continuará de ese modo.
¿Propósitos para este año? Pues postearé más seguido, creo que ese es un imperativo en la red: si no actualizas, mueres. Temas no han de faltar, pero sí tiempo. Para mí es realmente difícil sentarme un par de horas al día a escribir, pero haré mi mejor esfuerzo.
De modo que hoy, a tres de enero, feliz año a todos, y que este año que comienza les traiga cosas buenas.
En cuanto a esta bitácora, ha cumplido un año y el balance es positivo, según me parece. He posteado 51 veces durante este año, es decir, una entrada a la semana, en promedio, sin contar las 28 entradas del blog dedicado a mis hijos. Y aunque muchas veces he tenido la tentación de fusionarlos, siempre he recordado que mientras este es un blog personal donde me permito escribir sobre cualquier cosa, el otro está dedicado a mis pequeños, pensado para que ellos lo lean algún día lejos de hoy, así que continuará de ese modo.
¿Propósitos para este año? Pues postearé más seguido, creo que ese es un imperativo en la red: si no actualizas, mueres. Temas no han de faltar, pero sí tiempo. Para mí es realmente difícil sentarme un par de horas al día a escribir, pero haré mi mejor esfuerzo.
De modo que hoy, a tres de enero, feliz año a todos, y que este año que comienza les traiga cosas buenas.
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