Siempre he tenido sentimientos encontrados con respecto a la Navidad. Recuerdo que de chico me gustaba mucho. A pesar del calor que hace en Pucallpa, adornábamos el arbolito nevado y en el nacimiento todos los personajes llevaban túnicas y capas, más propios de climas fríos que del desierto de Judea. En fin, me gustaba ese ambiente. Los feriados largos se perdían en partidos de fútbol, películas en la televisión, los cohetecillos que hacíamos estallar y la Misa de Gallo, que era la única misa a la que mi padre asistía en todo el año por voluntad propia (no cuentan matrimonios, misas de difuntos o bautizos, a ellos iba por compromiso) y a la que nadie podía faltar así se cayera el mundo. A las doce había que salir a desear feliz navidad a los vecinos, a abrazarse entre todos y a encender más cohetecillos y avellanas. Mi padre tenía la costumbre de invitar a los vecinos a cenar, a los que se sumaban siempre la parentela, de modo que en la casa siempre había mucha gente. Y, que yo recuerde, no había regalos.
Ahora no. No me gusta la Navidad, es una fiesta sin sentido, vacía, sosa; es un pretexto para perder el tiempo, es una excusa ideal para gastar todo el dinero que pudieras ahorrar y, sobre todo, no es la fiesta tradicional que yo recuerdo.
Por supuesto, a Valentina sí que la ilusiona la Navidad, e ilusionará por igual a su hermanito cuando sea algo mayor (y me cambia el humor cuando pienso en ellos), pero eso no cambia mi parecer.
¿Mi estado de ánimo me hace decir esto? Puede ser. El 24 no fue muy tranquilo. Todo el mundo en la casa estaba ocupado con algo, no hubo tiempo de ver una película, ni de salir a dar un paseo, nadie se acordó de la Misa de Gallo, el asunto de tener envueltos los regalos era más importante que el propio regalo, al final, llegamos a la medianoche bien cansados.
¿Será pasajero? Ojalá que sí. Nada hay tan terrible como perder la ilusión, aunque sea por Navidad.
lunes, 28 de diciembre de 2009
miércoles, 23 de diciembre de 2009
martes, 22 de diciembre de 2009
Dos muertos más...
Ayer enterraron a los dos jóvenes que se hicieron puré contra un muro de contención. Luis Pérez Lazo y Juan Carlos Gamarra están ahora tres metros bajo tierra, y con ellos está toda el alma de sus familias. Me da pena por ellos, digo por la familia, que no por los dos muertos, total, muertos están y se mataron por imbéciles. Por ser unos completos imbéciles.
Cinco imbéciles más, que eran siete a bordo de un Mazda viejo, salieron molidos pero vivos del accidente.
Hace ya casi un año hubo un caso emblemático, el periodista Álvaro Ugaz se estrelló contra un camión que circulaba en el mismo sentido que él y se mató. Todas las televisoras le dedicaron especiales, todo el mundo sintió su muerte, pero nadie dijo lo cierto: estaba borracho.
¿Qué está mal? Yo no sé. Tenemos leyes que castigan con dureza estas conductas, pero a la gente le llega. La Policía hace lo que puede, que no es mucho tampoco, el Poder Judicial no hace nada, y la gente cree que la suerte está con ellos. En este caso, la suerte hizo que la Policía terminara los controles de alcoholemia a las 6:00 AM, y que éstos se sacaron la madre a las 7:30 AM. Su amanecida se hizo noche frente al mar de Barranco.
A pesar de eso, las cosas no van a cambiar en el corto plazo, de modo que a todos aquellos que no saben separar botellas de timones les pido una sola cosa: mátense solos. Procuren estrellarse sin llevarse a ningún peatón ni afectar -si fuera posible- la propiedad ajena. Sigan el ejemplo de Luis Pérez Lazo y Juan Carlos Gamarra, a ellos no les importó dejar en el más profundo dolor a su familia, ni a ellos ni a los cinco que siguen vivos, y por suerte no se llevaron a ningún inocente en su ruta al infierno.
jueves, 17 de diciembre de 2009
Here we go!
Una vez más, dedicaré algo de tiempo a un blog. Ya he abierto y cerrado por lo menos tres. Tengo uno dedicado a mis hijos y otro dedicado a la cohetería rusa. Echaba de menos uno para mí. A ver cuánto tiempo dura este. Ahí vamos.
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