martes, 17 de septiembre de 2013

El pensamiento crítico

He leído, creo que en El País, que el 47% de los españoles cree en el más allá. Otros tantos creen en lo paranormal, en fantasmas o en el horóscopo.

¿Cuál es la situación en nuestro país? No he encontrado medición alguna al respecto. Pero imagino, qué digo imagino, estoy prácticamente seguro que casi el 100% de los peruanos creen en alguno de esos tópicos, a los que hay que agregar creaciones del imaginario local, verbigracia, chupacabras, chullachaqui, apus, mal de ojo, amarres y estupideces semejantes.

¿Qué nos ha conducido a esto? Pues si de buscar razones se trata yo creo firmemente que el origen para esta degeneración del pensamiento se origina en el pobre nivel de la escuela, en la educación de malísima calidad que impera. Así la mayoría de peruanos no tiene un relato coherente sobre casi nada: ni sobre ciudadanía, ni sobre política o democracia, ni sobre arte o literatura, ni sobre la crisis que el mundo encara desde 2008; vamos, que la mayoría de peruanos no tiene una puta idea sobre casi nada.

Así, el pensamiento del peruano común se limita a una simplificación extrema de cuanto tema encare o tenga que explicar, un par de monosílabos que no ayuda a la comprensión de nada, a lo que se suma que políticos y gente notoria -que no notable-, periodistas, por ejemplo, que no aportan argumentos para que trasciendan el pragmatismo habitual y mediocre del medio, que sólo aportan confusión y contribuyen a la simplificación que anotaba; en suma, que no aportan pensamiento crítico en sus actuaciones.

¿Qué hacer? La respuesta, creo yo, pasa por introducir el pensamiento crítico en la educación, no como un curso -bueno, aunque si es para comenzar yo aceptaría-, sino como un método de hacer, como una forma de discurrir por la vida, como la manera de encarar todos los aspectos y circunstancias de la existencia. Pero qué va, eso no va a ocurrir nunca.

Lo que queda es ser un irreductible. Después de todo, si los demás quieren creer boberías no queda más que reírse de ellos y dejarlos en ridículo cada vez que tenga oportunidad. Y enseñar a mis hijos a dudar, a preguntar, a criticar, a responder, a no creer todo lo que les dicen, sino a desmenuzarlo y analizarlo, a cuestionar y llegar a conclusiones a través del  pensamiento crítico. Por lo pronto, el más pequeño de ellos le preguntó a su profesora dónde entraban los dinosaurios en la biblia. No le respondieron.

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