A estas alturas todo el mundo sabe qué es un mototaxi, motocarro o motokar (así se escribe, se trata de una marca comercial). Estos vehículos ligeros (chasis de una moto lineal adosado a una carrocería para dos personas), creados a fines de los ochenta como una solución al transporte para las ciudades de la selva, se han popularizado y extendido por todo el país. No tardaron en llegar a Lima donde se convirtieron en transporte de gente muy pobre, de barriadas y asentamientos humanos, incluso por debajo de la 'combi'; de allí que recibieran el horrible y despectivo nombre de 'taxicholo'. La falta de regulación y de autoridad ha hecho que allí proliferen y que subirse a uno sea un auténtico riesgo, un peligro para la integridad de uno: se usan para trayectos largos, hacen taxi, colectivo y movilidad escolar, exceden su capacidad de dos pasajeros (suben hasta 9, dice la prensa), corren mucho y se estrellan mucho más. Todos los días muere alguien en un 'taxicholo'. Pero ese es problema de Lima.
En la selva siguen siendo el medio de transporte público por excelencia. Son baratos, económicos y relativamente seguros (acá sí, dada la baja cantidad de autos en beneficio de las motos lineales, la costumbre de circular a baja velocidad, la práctica inexistencia de buses urbanos y el tránsito de camiones restringidos a ciertas calles).Por un sol y medio vas a cualquier lugar. Y como es barato, casi no tiene los usos que en Lima.
Su proliferación en la selva ha hecho que su uso se diversifique, y que a los clásicos motocarros de pasajeros haya que sumar ahora los que de transmisión de cardán (para caminos difíciles) y los de 'trabajo' (con tolva, chasis reforzado y suspensión de ballestas), cuya capacidad de carga excede largamente la capacidad del motor de 125 cc. Pero también, y este es motivo del post, los motocarros de carrera.
¿Qué? Pues como lo oyen, o como lo leen, mejor dicho. Caminando por la ciudad he visto un taller donde los fabrican; es decir, donde los adaptan: quitan la carrocería en beneficio de otra más ligera, retiran lo que no es indispensables para el funcionamiento (luces, velocímetro, odómetro, controles del timón, adornos, algunos cables, tubo de escape), cambian asiento, tanque de combustible y batería por unos más pequeños y ligeros, acortan la transmisión y quitan el freno delantero (!).
El resultado es un vehículo más rápido, pero también más ligero, frágil e inestable. Es decir, perfecto para matarte. De hecho, el año pasado se mató un competidor cuando volcó su vehículo mientras practicaba. "No pues amigo, para hacer carrera hay que saber", me dice uno de ellos, "además van con casco". Sólo que los cascos no son tales, son imitaciones que con un golpe se parten lo mismo que tu cabeza, como si usaras un balde de pintura.
Los motocarros de carrera se preparan para la fiesta de San Juan, dentro de un mes. "Tenemos bastantes pedidos, por eso ya empezamos". Convertir un vehículo normal a uno de carreras sale por unos S/. 500, y el premio de la carrera asciende a S/. 2000.
Más o menos lo mismo que un entierro en el cementerio público.
sábado, 26 de mayo de 2012
sábado, 19 de mayo de 2012
San Alejandro
San Alejandro de Irazola es una pequeña ciudad (o un pueblo grande, según se vea) ubicado a unos 85 kilómetros de Pucallpa. Se autodenoina "Capital nacional del cacao"; yo no sé si es cierto, pero el cultivo de cacao está arraigado aquí. Hay una variedad centroamericana que introdujo una ONG y que se ha adaptado muy bien. Hace unos siete años se sembraron los primeros plantones y hace dos o tres están produciendo. Antes del amanecer, para evitar el sol abrasador, la gente sale hacia las chacras en botes, (estamos en temporada de cosecha y no es cosa de perder el tiempo).
La gente mayor recuerda que hace unos 30 años esto no era más que chacra al borde de la pista, donde ni los camioneros se detenían. Sólo en la última década San Alejandro ha crecido lo bastante com opar ahace honor a su condición de capital del distrito de Irazola. El comercio prospera, por todas partes las casas comerciales compiten por comprar la preciada semilla del cacao a los campesinos. En muchas zonas el asfaltado de las calles sirve, más que para la circulación, para secar las semillas al sol. El funcionario que me acompaña también cultiva cacao. Con cordialidad propia de esta zona, me ha invitado a ir a ver sus cultivos, pero es imposible porque hay que navegar una hora y no quiero correr ese riesgo, la verdad, así que me excuso diciendo que estoy con la hora justa.
- Tengo hectárea y media nomás. Con la venta de este año voy a comprar arbolitos para otra hectárea y media, y así, hasta llenar mi chacra
- ¿Y de qué tamaño es tu chacra?
- Treinta hectáreas
El ruido de una pareja de helicópteros nos recuerda que esta también es zona cocalera. Son dos Hueys que van muy alto. Yo les hago una foto sin muchas esperanzas de detalle y echo en falta una buena cámara. El narco no ve con buenos ojos el reemplazo de coca por cacao. Por eso, en este distrito está asentada la Marina de Guerra, y su base se encuentra en una colina prácticamente en el centro del pueblo. Muy temprano les vimos salir a patrullar a la selva, había unos treinta soldados que marchaban en dos filas, una a cada lado de la carretera, uno detrás de otro a tres o cuatro metros de distancia. Van muy bien pretrechados, de sólo verles uno imagina el calor endemoniado que deben sentir. Los cascos y chalecos antibalas se ven pesados, cada uno lleva, además, una mochila, un fusil Kalashnikov, granadas, cacerinas, cantimplora, dos de ellos llevan lanzacohetes y uno, el último de la fila, el equipo de radio. Todos están maquillados con colores de camuflaje. Como yo camino acompañado del comisario (que va de civil) y al que conocen, no me piden identificación. Ni pensar en tomales una foto. Todos son chicos de unos veinte, veintidós años. ¿Tendrán miedo? A lo mejor, pero yo no puedo decirlo. En estos días tan aciagos para los militares, aquellos infantes de marina salen a patrullar todo el día en la selva, bajo un sol que parece de plomo, expuestos quién sabe a qué peligros y dificultades. Algunas gentes deberían ver esto, aquí o en cualquier otro pueblo de los cientos donde acecha el narcotráfico. Si la ciudad crece y prospera, es porque aquellos chicos patrullan a diario.
La labor que vine a desempeñar me lleva todo el día, por todo el pueblo. San Alejandro tiene muchas colinas, desde ellas se ve un paisaje de veras bonito, y otra vez quisiera a mano una buena cámara. El río que cruza se llama igual que el pueblo. Discurre lentamente, pero no nos debemos confiar porque te puede llevar sin que te des cuenta siquiera. Su tranquilidad es engañosa: que se vea tan sosegado quiere decir que es profundo, y ya se sabe que los ríos de la selva, en sus profundidades, son verdaderos torrentes. ¿No me crees? Intenta cruzarlo a nado, cuando llegues a la otra orilla no estarás frente a mí, sino medio kilómetro río abajo. El San Alejandro tiene en su paso por el pueblo, una bonita playa de arena (¡!). Pero a la gente la playa les interesa muy poco. Su interés está río arriba, en el atracadero, donde van llegando los botes con la pesca del día.
Allí nos dio el atardecer. Los Huey de la mañana van volviendo; quisiera hacerles una foto cuando estén en tierra, pero no es buena idea fotografíar la base de la marina. La noche no trae a San Alejandro más que ganas de dormir, lo que haré pronto porque tengo que volver muy temprano a Pucallpa, casi no hay actividad nocturna (en eso todavía parece un pueblo) y es una bendición caminar por calles silenciosas a las siete de la noche (envídiemne en Lima, jeje), ojalá que el progreso de San Alejandro demore en traer el tráfico y el ruido. Ya se sabe que no todo lo que trae el progreso pueder ser bueno.
La gente mayor recuerda que hace unos 30 años esto no era más que chacra al borde de la pista, donde ni los camioneros se detenían. Sólo en la última década San Alejandro ha crecido lo bastante com opar ahace honor a su condición de capital del distrito de Irazola. El comercio prospera, por todas partes las casas comerciales compiten por comprar la preciada semilla del cacao a los campesinos. En muchas zonas el asfaltado de las calles sirve, más que para la circulación, para secar las semillas al sol. El funcionario que me acompaña también cultiva cacao. Con cordialidad propia de esta zona, me ha invitado a ir a ver sus cultivos, pero es imposible porque hay que navegar una hora y no quiero correr ese riesgo, la verdad, así que me excuso diciendo que estoy con la hora justa.
- Tengo hectárea y media nomás. Con la venta de este año voy a comprar arbolitos para otra hectárea y media, y así, hasta llenar mi chacra
- ¿Y de qué tamaño es tu chacra?
- Treinta hectáreas
El ruido de una pareja de helicópteros nos recuerda que esta también es zona cocalera. Son dos Hueys que van muy alto. Yo les hago una foto sin muchas esperanzas de detalle y echo en falta una buena cámara. El narco no ve con buenos ojos el reemplazo de coca por cacao. Por eso, en este distrito está asentada la Marina de Guerra, y su base se encuentra en una colina prácticamente en el centro del pueblo. Muy temprano les vimos salir a patrullar a la selva, había unos treinta soldados que marchaban en dos filas, una a cada lado de la carretera, uno detrás de otro a tres o cuatro metros de distancia. Van muy bien pretrechados, de sólo verles uno imagina el calor endemoniado que deben sentir. Los cascos y chalecos antibalas se ven pesados, cada uno lleva, además, una mochila, un fusil Kalashnikov, granadas, cacerinas, cantimplora, dos de ellos llevan lanzacohetes y uno, el último de la fila, el equipo de radio. Todos están maquillados con colores de camuflaje. Como yo camino acompañado del comisario (que va de civil) y al que conocen, no me piden identificación. Ni pensar en tomales una foto. Todos son chicos de unos veinte, veintidós años. ¿Tendrán miedo? A lo mejor, pero yo no puedo decirlo. En estos días tan aciagos para los militares, aquellos infantes de marina salen a patrullar todo el día en la selva, bajo un sol que parece de plomo, expuestos quién sabe a qué peligros y dificultades. Algunas gentes deberían ver esto, aquí o en cualquier otro pueblo de los cientos donde acecha el narcotráfico. Si la ciudad crece y prospera, es porque aquellos chicos patrullan a diario.
La labor que vine a desempeñar me lleva todo el día, por todo el pueblo. San Alejandro tiene muchas colinas, desde ellas se ve un paisaje de veras bonito, y otra vez quisiera a mano una buena cámara. El río que cruza se llama igual que el pueblo. Discurre lentamente, pero no nos debemos confiar porque te puede llevar sin que te des cuenta siquiera. Su tranquilidad es engañosa: que se vea tan sosegado quiere decir que es profundo, y ya se sabe que los ríos de la selva, en sus profundidades, son verdaderos torrentes. ¿No me crees? Intenta cruzarlo a nado, cuando llegues a la otra orilla no estarás frente a mí, sino medio kilómetro río abajo. El San Alejandro tiene en su paso por el pueblo, una bonita playa de arena (¡!). Pero a la gente la playa les interesa muy poco. Su interés está río arriba, en el atracadero, donde van llegando los botes con la pesca del día.
Allí nos dio el atardecer. Los Huey de la mañana van volviendo; quisiera hacerles una foto cuando estén en tierra, pero no es buena idea fotografíar la base de la marina. La noche no trae a San Alejandro más que ganas de dormir, lo que haré pronto porque tengo que volver muy temprano a Pucallpa, casi no hay actividad nocturna (en eso todavía parece un pueblo) y es una bendición caminar por calles silenciosas a las siete de la noche (envídiemne en Lima, jeje), ojalá que el progreso de San Alejandro demore en traer el tráfico y el ruido. Ya se sabe que no todo lo que trae el progreso pueder ser bueno.
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